lunes, 9 de agosto de 2010

Observadora nocturna


Me estoy transformando en una observadora nocturna., desde la ventana de mi cocina puedo apreciar todo lo que sucede en el edificio vecino. Mientras lavo los trastos de la comida veo quien llega y quien se muda., quien pone cortinas y quien se ríe de ellas. El pasado fin de semana hubo gran ajetreo en el piso 6º, tras una semana de ver continuamente a un maestro con las ropas manchadas de pintura comer tranquilamente en la terraza, de pronto sólo vi una escoba que dejó olvidada la última tarde en que estuvo arreglando sus muros, quedó semi-enterrada en un montón de deshechos y me dije: típico de los maestros, pintura perfecta…y el resto sucio.
A la mañana siguiente me pareció que había movimiento, mientras mi café humeaba en el frío amanecer, el departamento del frente tenía todas la ventanas abiertas y en su recibidor un montón de cajas, que supuse contenían parte de lo que estaban llevando los nuevos inquilinos. Aquí nadie se cambia con maletas, por cierto que no, uno va al supermercado y con la mejor de las sonrisas “consigue” con los reponedores las cajas más grandes, esas que una vez llenas...no hay forma de moverlas y en ellas está todo: desde loza hasta ropa., y más o menos rotuladas uno las amontona en el primer lugar que encuentra del nuevo hogar, para después empezar a buscar desesperadamente lo que se necesita como primera opción en un cambio de casa.
Así estaban los del frente, frenéticos abriendo cajas y moviéndose de un lado para otro, y yo me acordaba – entre sorbo y sorbo de café – de mi último cambio de casa, me demoré en terminar de ordenar una eternidad, tal vez por eso, aún guardo una caja más bien pequeña que no se lo que contiene y que, cada vez que pienso en abrirla, me detengo y me digo: hasta el momento no te falta nada, seguro que aquí tiraste todos los cachureos que nunca sabes qué hacer con ellos. Entonces, ahí queda inmóvil y yo pensando en dedicarle un fin de semana para desentrañar sus misterios.
Cuando los nuevos vecinos comenzaron a dejar en la terraza las cajas desocupadas a las que se sumaban bolsas de todo tipo, me dije: estos son jóvenes, y no me equivoqué, parecía que era primera vez que vivían solos y que intentaban acomodarse con lo que tenían o bien con lo poco que habían logrado comprar, porque ni ampolletas tenían. Esa noche no se si se alumbraron con románticas velas de colores o bien con antorchas confeccionadas con diarios.
Desde entonces han pasado dos meses y los vidrios de los ventanales aún lucen, a la perfección, la edición del diario de ese día...

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