lunes, 9 de agosto de 2010

LAS ALARMAS




Hace tiempo atrás una amiga me explicó que había instalado un complejo sistema de alarma en su negocio, me alegré mucho porque me pareció la mejor forma de proteger su trabajo y su inversión de las feroces manos de los amigos de lo ajeno. El aparatito que instaló era lo suficientemente complicado como para que no lo entendiera nadie, sólo ella y quien lo colocaba estratégicamente, censores, rayos y otras tecnologías detectarían cualquier movimiento extraño, que activaría toda una operación comando. Por más que ella me explicaba las ventajas del sistema de protección que había contratado, yo seguía sin entender cómo sabría ella que se había activado.
Pasó algún tiempo y francamente me olvidé de tanta tecnología y me concentré en el nuevo auto del vecino, que cada noche chillaba como condenado a la horca, porque los gatos del vecindario lo usaban de trampolín para subirse a la tapia e iniciar sus paseos nocturnos. Hasta que una noche en la que dormía plácidamente en brazos de Morfeo sonó mi teléfono, sin ninguna coordinación agarré el vaso de agua de mi velador y por poco no me baño con su contenido; sin poder abrir completamente los ojos alcancé escuchar al contestador telefónico que decía con una voz metálica, como la de un robot: se ha activado la alarma del local, repito, se ha activado la alarma del local...
Prácticamente sonámbula y atontada por el sueño, intenté comprender lo que escuchaba, no entendía de qué local me hablaban y como broma me parecía de pésimo gusto... Al día siguiente supe que mi amiga, no sólo tenía conectado su complejo sistema al teléfono de su casa, sino que también había puesto el mío como alternativa.
Desde entonces detesto las alarmas, no hacen otra cosa que sonar, despertar al barrio completo e igualmente los “ cacos” en un santo y amén, se llevan todo lo que pillan.

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